Brasil y el punto de giro

Brasil y el punto de giro

Jair Bolsonaro es el fenómeno político más reciente en América Latina. Su elección como presidente del gigante suramericano representa un desafío para la democracia y para la estabilidad de la región, además de poner en evidencia los vuelcos del espectro ideológico que se dan como resultado de un sistema político tradicional desgastado y desprestigiado.

Foto: tomada de www.ver.bo

¿Qué más decir de Jair Bolsonaro cuando durante la campaña electoral y con menos de dos semanas de haber sido elegido como presidente de Brasil ya se ha dicho todo lo que se ha podido de él? Si se indaga por las palabras con las que se le ha descrito, aparecen, de un lado, las de sus seguidores: hombre fuerte, conservador, que llama las cosas por su nombre, defensor de los valores tradicionales, ajeno a la corrección política. Desde la otra orilla aparecen las de sus detractores: racista, misógino, homofóbico, incendiario, belicista, contrario a la democracia y adepto de la dictadura. Si se busca en los números, sobre estos también parece que se conocen todos: 63, su edad; 55, el porcentaje de votos con los que ganó la elección presidencial; 28, los años que fue diputado; 23, los días que pasó en el hospital tras haber sufrido un ataque con cuchillo en medio de un evento de campaña; 18, el porcentaje de intención de voto que tenía a comienzos de 2018 cuando aún era una incógnita si Lula da Silva podría ser candidato; 170, los proyectos legislativos que presentó; 2, la cantidad de esos 170 proyectos que se convirtieron en ley; 9, los partidos políticos en los que ha militado; 129, las concesiones de tierra a indígenas –otorgadas por administraciones anteriores- que anunció que su gobierno revisará y revocará; 4, los años que será presidente u 8, si es reelegido.

Pareciera entonces que no hay más que decir sobre Bolsonaro, pero lo cierto es que a menos de dos meses de su llegada oficial al Palácio do Planalto, el nuevo mandatario es el blanco de análisis de los medios de comunicación, de la academia y de los organismos internacionales que lo ven como el más reciente fenómeno político de esta cambiante América Latina, que durante unas décadas es el hogar de fuertes dictaduras militares y de derecha; y en otras, de gobiernos de izquierda que se definen como el socialismo del siglo XXI. Y llama aún más la atención por lo que representa Brasil en la región. Es el país más grande de Latinoamérica y el quinto del mundo. Tiene más de 209 millones de habitantes. En el 2001, cuando sus indicadores económicos eran sobresalientes, fue incluido -junto con India, China y Rusia, y posteriormente con Sudáfrica- en los BRICS, esos países que la firma Goldman Sachs ungió como los emergentes que escribirían un capítulo importante en el escenario político y económico mundial de este siglo.  Además, en esa primera década del siglo XXI fue ejemplo global de movilidad social cuando el gobierno de Lula logró que casi 30 millones de habitantes superaran el umbral de pobreza y redujo la pobreza extrema un 75%.  

Hoy, la realidad de Brasil es muy diferente a esa que lo convirtió en el alumno más aplicado y ejemplar de los países en desarrollo. Los escándalos de corrupción que tienen en la cárcel al propio Lula -el mandatario más popular en la historia del país- y la destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016, tras un juicio de responsablidad por violar normas fiscales, hundieron en el mayor descrédito al Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenecen estos dos expresidentes. Así han marcado el camino al desprestigio de la clase política y del sector empresarial. 

Además, a todo ello se han sumado las altas tasas de homicidios y los elevados índices de inseguridad que han puesto al país suramericano como uno de los más violentos del mundo, al contar con casi 64.000 muertes de manera violenta solo en 2017, y a tener a 17 ciudades en el ranking de las 50 urbes más violentas del planeta, que publica la organización Seguridad, Justicia y Paz. A esto se suma la turbulenta presidencia de Michel Temer que, desde que asumió en 2016, se ha adueñado de los titulares de prensa con la continuidad de los escándalos de corrupción que han causado la dimisión forzada de varios de los funcionarios y el inicio de decenas de investigaciones contra muchos de ellos.

Es este contexto el que, precisamente, podría explicar en gran medida la elección de Bolsonaro. De acuerdo con Juan Carlos Rodríguez, codirector del Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes, cuando existe una crisis de legitimidad de los partidos y del establecimiento político tradicional lo que puede pasar es que llegue un personaje por fuera de estos, con un discurso populista, un discurso anti político, anti partidos, pero no necesariamente tiene que ser de derecha. “En Brasil hay una mezcla de ese desprestigio de los partidos, con una mezcla de percepción de una corrupción generalizada y un miedo en términos de seguridad y de delincuencia. A esa combinación hay que agregarle el peso de los grupos evangélicos”. 

La llegada a la presidencia de un personaje de estas características es, por un lado, un mensaje claro de la inconformidad y frustración ciudadana y, por el otro, de que el deseo de querer un cambio radical puede ser contraproducente. En palabras de Mauricio Jaramillo, profesor principal de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, la elección de Bolsonaro “representa un retroceso, pues nunca en la historia reciente de América Latina -desde el retorno de la democracia después de la Tercera Ola de Democratización- un gobierno de extrema derecha, con un discurso tan radical, llega al poder”. En el caso de Brasil es aún más relevante, porque ha sido un baluarte de la integración regional y la proyección de América Latina hacia el mundo.

No obstante, no se puede asumir que el mensaje que los brasileros mandan con esta elección es que no les interesa la democracia y que están más apegados a gobiernos de mano dura. Por el contario, lo que sí plantea es que la preferencia de la ciudadanía por un sistema democrático debe ser analizado y entendido de otra manera.“Si se les pregunta a los brasileros, la mayoría quiere democracia, pero el contenido de esa democracia no está tan claro. En este caso, además -y esto sí es particular de la división izquierda derecha de América Latina- los grandes capitales le tienen miedo a la izquierda y eso incluye a los medios de comunicación. Estos últimos, sobre todo los grandes grupos de medios corporativos, le tienen pavor a la izquierda. Siempre está presente el fantasma de convertirse en otra Venezuela”, explica Rodríguez.

Precisamente el papel que jugaron los medios de comunicación también fue clave en esta elección. Pese a que Bolsonaro era uno de los candidatos que tenía derecho a menos espacios en televisión –son asignados proporcionalmente a la representación de los partidos en el Parlamento-, lo que lo ponía en desventaja frente a sus contendores, supo aprovechar los canales evangélicos, que tienen una alta penetración en todas las regiones del país. Además, tras el ataque con cuchillo que sufrió en campaña, los noticieros centraron gran parte de sus ediciones en cubrir sus declaraciones y su recuperación en el hospital.

Este cubrimiento fue definitivo para que su discurso rápidamente se difundiera. Un discurso, que, en palabras de Jaramillo, atrajo rápidamente a la gente cansada de la corrupción y de la política. “El discurso del ‘outsider’ ha demostrado ser muy efectivo desde finales de los 80. Así, Alberto Fujimori ganó la presidencia contra todo pronóstico, en el Perú, y Rafael Correa, en Ecuador. Bolsonaro fue hábil para proyectar la imagen de único candidato independiente y no investigado por corrupción”. 

Por eso este es, sobre todo, un voto de castigo y de hastío. Desde la Copa Confederaciones de fútbol de 2013 y del Mundial de 2014, la gente ya se había movilizado y nadie en la clase política dimensionó la indignación de los brasileros ni previó lo que se venía. “Además,-agrega Jaramillo- cuando un partido como el PT lleva tanto en el poder, el voto castigo contra el establecimiento se convierte en un voto de censura contra ese partido”. Por eso el apoyo a Lula, que sigue siendo un personaje querido y defendido por millones de ciudadanos, no fue suficiente para evitar la llegada de Bolsonaro al poder. 

En otras palabras y de acuerdo con Rodríguez, “para el brasilero promedio hay un PT desprestigiado, pero una figura que conserva el carisma que es Lula y que les gusta, porque con él les fue bien. Pero en su ausencia, lo que queda es el PT, con una imagen horrible. La otra imagen que les llama la atención, como personaje fuerte es Bolsonaro, porque plantea soluciones para los principales problemas”. Podría decirse, entonces, que es más el carisma que la cuestión ideológica lo que movió la elección brasilera.

Otras que jugaron un papel importante en la ascensión de Bolsonaro fueron las iglesias evangélicas. “Fueron definitivas y lo seguirán siendo. En el Congreso, que será clave para la gobernabilidad, representan una fuerza considerable. De esos movimientos depende en buena medida que Bolsonaro pueda gestionar el país o se enfrente a un panorama en el que no pueda concretar nada. En Brasil la tendencia hacia la fragmentación en el Congreso es verdadera. Así, por ejemplo, cayó Dilma Rousseff”, explica Jaramillo. 

Su papel determinante, de acuerdo con el codirector del Observatorio de la Democracia, tiene que ver con que han capitalizado los valores conservadores de una sociedad, que posiblemente antes no se notaban tanto, pero que ahora claramente están identificados con ciertos candidatos. “El voto evangélico es significativo, porque cada vez están más cohesionados respecto a ciertos temas puntuales. Y cuando existe una defensa de esos valores conservadores es porque por otro lado hay una corriente social liberalizante que los amenaza, por lo que se activan en esa defensa que la convierten en una tarea de largo plazo”.

Lo que viene

Aún sin encontrar satisfactoriamente todas las explicaciones a esta elección, las preguntas por lo que realmente se viene con el mandato de Bolsonaro a partir de enero de 2019 y lo que puede implicar para la región ya se acumulan. Con un discurso tan radical y con una votación (55%) que evidencia la polarización del país, el primer cuestionamiento que se despierta es qué tanto, de todo lo que planteó en campaña, podrá el presidente electo materializar. 

De acuerdo con Rodríguez, “Bolsonaro puede hacer mucho menos de lo que cree que puede hacer, porque en el Congreso no tiene una mayoría y tendría que comprar apoyo, aunque el Congreso de Brasil es quizás de los más fragmentados de América Latina. Hay muchos partidos, por lo que conseguir los apoyos es costoso en términos de plata, pero también en términos de capital político”. No obstante, el riesgo es que -y ya se ha visto en otros países- un presidente con una popularidad muy alta y con un Congreso adverso, tiene la tentación de acabar con ese Congreso. “Los autogolpes–agrega- son típicos de esto que ha pasado en la región: presidentes muy carismáticos y populares, sin apoyo legislativo que cierran el Congreso y vuelven a convocar elecciones”. Pasó en Venezuela; pasó en Perú. Es un riesgo que ante un problema de gobernabilidad.

Para Jaramillo, el margen de maniobra de Bolsonaro es incierto. “Depende del Congreso y de qué tanto los brasileros estén dispuestos a defender su Constitución. Esta fue aprobada en la transición a la democracia, en 1988, y varias de las propuestas de Bolsonaro –en medio ambiente, integración latinoamericana, derechos de minorías- violan artículos y contradicen su espíritu”. 

Impredecible también parece ser la política exterior en el vecindario. Y por su relevancia en la región preocupa aún más esa incertidumbre. Jaramillo afirma que “Brasil es muy importante para la integración y para la proyección de América Latina. Ha sido el líder del acercamiento con el mundo árabe, el África Subsahariana y el Magreb. Lo que propone Bolsonaro es catastrófico, pero depende de los gobiernos de derecha que sus propuestas sean inviables y se llame a la cordura. El retiro de Brasil de MERCOSUR sería un retroceso inédito. Veremos por ejemplo cómo reacciona el Cono Sur”.

Rodríguez, por su parte, prevé problemas fronterizos en la región de la Amazonia. “Su proyecto de depredación en esta área, a favor de los grandes grupos que quieren hacer ganadería o minería, va a generar tensiones con sus vecinos. Y con Venezuela, la relación se va a poner muy tensa”, porque Bolsonaro y Maduro son dos polos opuestos, que se han criticado mutua y abiertamente; que han dicho que el otro es una amenaza para su propio proyecto político.

Pero, realmente qué tanto está cambiando el mapa político de América Latina; qué tanto se está derechizando la región. Para el director del Observatorio de la Democracia la respuesta va mucho más allá de un sí o un no. “No estoy tan convencido de hablar de derechización o de izquierdización de América Latina. Aquí ha habido movimientos pendulares. Por ejemplo, Chile ha estado más a la izquierda con los gobiernos socialistas de Bachelet y de Lagos, dentro de lo que se puede estar a la izquierda en Chile. Con los gobiernos de Piñera, más a la derecha. En Uruguay hace tiempo están más a la izquierda; en Brasil gobernaron las élites más de la derecha hasta que llegó el PT y gobernó corriéndose algo a la izquierda. En Colombia, hemos tenido tradicionalmente gobiernos de centro derecha o más a la derecha. En Ecuador también han oscilado. En Perú se han mantenido más cercano a la derecha”. Entonces hablar de un proceso de derechización es una simplificación que da una idea demasiado gruesa, pero pocos detalles. Y agrega que el caso de Brasil más que una derechización, es un movimiento que no tiene paralelo en otros paísesNo es lo mismo un gobierno como el que promete Bolsonaro, que un gobierno de derecha en Chile o incluso en Colombia. “Bolsonarono es solamente de derecha, sino que es también anti institucionalista, antidemocrático, a pesar de haber sido elegido por una mayoría. Entonces no es un caso más de derechización, sino que es un caso particular que puede incluso arrastrar a otros países hacia lo mismo, pero no está siguiendo el patrón de otros países”,sentencia.

Para Jaramillo el panorama es más claro. “América Latina hace rato giró a la derecha. Desde que Mauricio Macri venció a Daniel Sciolli, en Argentina, el color político fue cambiando en toda la región con las excepciones de México y Bolivia. Ecuador es un caso todavía en reformulación. Pero en términos generales, Bolsonaro no inaugura ninguna tendencia. Es más, se aislará y pondrá en aprietos a la derecha del continente”.

Las opiniones de los ciudadanos

Los resultados del Barómetro de las Américas 2016-2017 ayudan a entender las opiniones de los brasileros sobre el contexto político de su país.

Brasil es uno de los países de la región donde hay mayor escepticismo frente a la democracia como la mejor forma de gobierno. Está por debajo de países como Ecuador y Venezuela con mayores vaivenes de gobiernos elegidos democráticamente.

Cuatro de cada 10 brasileros creen que todos los políticos son corruptos. Es el tercer país de la región en este indicador.

Solo uno de cada 10 brasileros confía en los partidos políticos. El escepticismo se explica por el gran deterioro que el prestigio de estas organizaciones ha sufrido por cuenta de los escándalos de corrupción.

Los ciudadanos brasileros no son los que más se identifican con una ideología de extrema derecha. Sin embargo, la elección de Bolsonaro evidencia la fuerte polarización del país.

Casi la mitad de los brasileros está de acuerdo con el matrimonio entre parejas del mismo sexo y es uno de los países de la región que se ubican en la parte alta de este indicador. 

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